Humanidades

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La búsqueda de la paz internacional y del fin de todas las guerras ha impulsado a incontables hombres a perseguir este sueño, en apariencia inalcanzable para una humanidad herida por la guerra. De entre todas las formas de violencia, la guerra ha sido una de las principales amenazas a la seguridad de las personas y de las naciones por su carácter destructivo y propiciar las peores atrocidades que el ser humano es capaz de cometer contra sí mismo y su entorno.

La presente obra tiene dos objetivos. El primero, articular las reflexiones de Montesquieu en torno al fenómeno de la guerra y la construcción de la paz internacional. El segundo, presentarlo como un precedente intelectual de la teoría de la paz democrática, ampliamente estudiada en el campo de las relaciones internacionales.

La teoría de la paz de Montesquieu se basa en cinco tesis:
1. La república es la forma más pacífica de gobierno. Por el contrario, las monarquías y los gobiernos despóticos tienen una proclividad innata hacia la guerra.
2. La defensa colectiva es la mejor estrategia de las repúblicas para sobrevivir frente a los Estados con tipos de gobierno favorables a la guerra.
3. El comercio tiene un potencial civilizatorio. Las relaciones comerciales pueden desincentivar la guerra entre naciones.
4. Deben acatarse los principios del derecho de guerra y del derecho de conquista.
5. El ser humano, en su estado de naturaleza, es un animal pacífico.
El autor integra en este libro la propuesta de Montesquieu para alcanzar la paz internacional a partir El espíritu de las leyes, obra en la que el filósofo y jurista francés plasma su madurez intelectual y conocimiento del tema para analizarlo desde diferentes perspectivas, como la antropológica y la estructura del Estado (división de poderes, instituciones, derecho) para alcanzar la paz y la convivencia de los Estados y sus diferentes tipos de gobiernos.

Páginas: 200.

Autor: Victor Antonio Hernández Ojeda

DOI: doi.org/10.59868/1938150408039650

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La demostración y el razonamiento formal pueden gozar de validez en sí mismos, sin referencia a un destinatario. En cambio, la validez de la argumentación no se puede estudiar en su integridad sin conocer al público al que se dirige, sin saber qué significa para el hablante y para el interlocutor, sin saber nada de las circunstancias en las que la argumentación tiene lugar.
La verdad es débil al menos en dos aspectos, muy evidentes: a) es posible tener la verdad sin poder hacerlo valer (¿cuántas veces hemos vivido la experiencia de tener razón y que no nos crean?); b) con la verdad se puede engañar, corromper, maleducar: la mejor desinformación suele ser la que dice sólo verdades.

Se dice que al final la verdad vence siempre. Yo estoy convencido de que es así, y Aristóteles asegura que “la verdad y la justicia son por su propia naturaleza más fuertes que sus contrarios”. Sin embargo, si no queremos esperar al juicio final hay que anticiparle vigor a la verdad. Los dos aspectos de su debilidad nos conducen de la mano a la noción aristotélica de retórica, la “facultad de descubrir lo que es adecuado en cada caso para convencer”, que a mí me gusta reformular como sigue: el arte de hacer que la verdad parezca verdadera. ¡No es poco arte! ¿Qué no daría un padre por la capacidad de presentar a sus hijos las cosas de tal manera que éstos las vean del modo adecuado? ¿Qué no daría un maestro? ¿Qué no daría alguien que se dispone a declarar su amor?

Páginas: 170.

Autor: Rafael Jiménez Cataño

DOI: doi.org/10.59868/1421140408241448